domingo, 1 de febrero de 2009

LOS AMIGOS DE MIS AMIGOS SON MIS AMIGOS

Totalmente cierto, quien tiene un amigo tiene un tesoro; así debe pensar nuestro querido gobierno, y por tanto favorece lo que puede a los suyos que lo apoyan con los ojos cerrados. Caso de ciertos grupos faborecidos como es el caso de los actores, no son capaces de interesar al público con su trabajo y tienen que estar subencionados para que su arte pueda sobrevivir, o de lasgae, que corren a robar el dinero de los productos por los que ya han cobrado, y cobran y cobran contíuamente por trabajos ya cobradossss. Hay más chupones pero centrándonos en estos dos grupos digo lo siguiente<. Los primeros si son tan buenos en sus trabajos que los pongan en el mercado y que cobren por ello como el resto de los trabajadores, y que como éstos si no gustan es que no sosn viables y es como tener una empresa subencionada que si no vale tiene que desaparecer y no dedicarse a vivir del cuento. Los segundos ya es cachondeo, quieren cobrar a todo el mundo aunque estos no esten interesados en su trabajo, y solo por el hecho de poderlo estar ya te cobran, yo misma no tengo ningún interès en bajar música ni películas por mi ordenador, no me gusta y el cine me gusta verlo en pantalla grande, lo mismo que la ´música me gusta cuando voy a algún evento; pués bien, eso no impide que cuando compro algun c.d. para grabar mis trabajos o mis fotos o cuanquier otra cosa mía, tenga que pagar un cánon a estos señores por mi propio trabajo, si compro algun equipo, éstos señores tambien me cobran por ello ect... Me parece que eso es robar, sinó tendría que ser para todo el mundo igual, el señor albañil que hace una acera tendría que cobrar por cada transeunte que pase por allí, los arquitectos lo mismo con sus obras, el que hace piezas en una fabrica al que las utilice tendría que pagar un cánon anual por lo mismo y así infinito. Creo que ya está bien de querer vivir sin trabajar, si yo compro un producto ya lo he pagado y puedo hacer con el lo que quiera y si quiero alquilarlo lo alquilo y cobro el alquiler, pero no las dos cosas, y menos cobrar por si acaso se me ocurre usarla después de pagarlo e incluso aunque no se use ese producto cobrar a todo el mundo por si acaso. De esa forma encerremos a todo el mundo en la cárcel por si se les ocurre delinquir.

2 comentarios:

  1. ¿CANON SI, CANON NO?


    Por si no me ha quedado claro lo del canon...¿significa barra libre para copiar? Porque si es así, que cuenten con mi voto. Desde luego, acaban de ganar los autores un fiel aficionado... a piratear sus obras. Al fin y al cabo, pagué por adelantado por ellas, ¿no?
    Espero, que los beneficiarios(del canon) sean solidarios con los copistas a los que la imprenta mandó al garete; con los operarios de gasolina que cayeron por culpa de los surtidores automáticos; o con los teleoperadores que, a pesar de lo patétitacamente que nos atendían, al menos daban sentido a las conversaciones de queja que ahora sostenemos con exasperantes contestadores automáticos; ah! y al que leía los bandos en el pueblo, cruelmente relegado por el buzón de avisos; en fin... que esos listillos repartan algo incluso con quien esto suscribe. Porque este texto, queridos amigos, ¿no es en sí mismo creación? Dono sus derechos a la lucha contra el cánon. A más difusión le demos, más drechos obtendré. A ver si les vacío y, como Robin Hood, vuelve el dinero a sus legítimos propietarios.

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  2. Vamos a tomarlo con humor...

    (Parabola sacada del blog Mangasverdes.es) del cual soy un asiduo lector.



    Parábola del señor feo, Público y la SGAE



    Cuentan las crónicas que mucho tiempo atrás hubo un señor feo, pero que muy feo. Tanto que no podía salir a la calle sin que los vecinos lo llamaran feo, ni viajar sin que los desconocidos lo llamaran feo. Cuando alguien hablaba de fealdad, siempre lo ponían de ejemplo. Y cuando se escribían libros sobre la fealdad, su fotografía aparecía siempre en páginas destacadas. Llegó el momento en que el señor feo no pudo soportar todo aquello. Y, así, decidió comenzar a llevar ante los tribunales a todo aquel que osara constatar la evidencia. Primero comenzó con el tendero de enfrente, que solía recibirlo con un: “¿Qué quieres, feo?”. Y ganó la querella. Luego, denunció a dos primos suyos, que no paraban de repetirle: ¿Quién es mi primito más feo?”. Y cosechó otra victoria.

    Envalentonado con los resultados, el señor feo decidió demandar a todo su edificio, por la osadía de colgar en la fachada una pancarta con el texto: “Aquí vive un tío muy feo”. Y volvió a triunfar. Ciego de éxito y de valor, comenzó a demandar a todo cuanto se movía y hablaba, pues no había ser vivo sobre la tierra con el don de la palabra que se resistiera a llamarlo feo. Los jueces comenzaron a preocuparse cuando llegaron los pleitos multitudinarios contra pueblos enteros, ciudades enteras, países enteros, o contra insignes escritores y medios de comunicación. La situación era insostenible, pues no sólo el tipo era feo con ganas, sino que daba la impresión de que la Justicia se había vuelto del revés, pues sólo una Justicia extremadamente peculiar podía dar por buena la criminalización de toda la ciudadanía en defensa de un solo ciudadano.

    Así que el señor feo comenzó a perder sentencias, aunque siguió ganando otras, y así durante un largo tiempo hasta que, definitivamente, se impuso la necesidad de unificar. Reunidos magistrados y legisladores, llegaron al fin a una conclusión: el mal no estaba en la constatación de la evidencia, sino en la propia fealdad del personaje. Cualquier referencia a la misma podía darse como natural e incluso justificada, aunque algún remedio había que buscar al daño moral que se infringía continuamente al desdichado. La solución no tardó en llegar, en formato de fallo judicial con categoría de jurisprudencia:

    “Ante la imposibilidad de condenar a todos los seres humanos del planeta por la constatación de una fea, pero cruda realidad, instamos al demandante a someterse urgentemente a una intervención de cirugía estética, acabando de raíz con el origen de toda esta polémica. Sin fealdad no hay feo; sin feo no hay posibilidad de constatar; y sin constatación, es ya imposible el daño moral”.

    Fue el momento en que el señor feo comenzó a demandar a jueces y fiscales. Apenas unos meses antes de someterse, derrotado, a un cambio radical de ‘look’ y conciencia.

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